SEÑAL QUE CAMINAMOS

(las iluminaciones necesarias para engendrar este poema
provienen de la cósmica conexión de Eugenia Segura)

Venidos de otros mundos y otras eras,
nos embarcamos en un periplo interminable,
abriendo puertas a lo indómito y desconocido,
taladrando espesas y viscosas tinieblas,
redescubriendo sendas ocultas desde siempre
bajo enmarañadas toneladas de olvido,
elucubrando lúgubres teletransportaciones
en total conexión inalámbrica con el cosmos sideral;
como viajeros astrales a la deriva, un día
caímos de sopetón en el aquí y ahora
de este planeta; y dijimos ¡guau! manso bodoque...
Pensar que hay lugares a donde ya
el amanecer es algo así como un recuerdo
extirpado de otros tiempos
una suerte de sueño utópico
que sólo es posible contemplar
en pantalla led gigante.

Y así, entre tanto ir y venir
hacia el más allá y para el menos acá,
entre estar y no ser, o entre ser y no estar,
a lo largo y ancho de esta nave-tierra
en la que divagamos y nos volamos;
como tantos, cada vez más,
decidimos que nuestra historia
es hacer la historia, expedicionando
por las vicisitudes y los avatares
que se interponen y yuxtaponen
como inexpognables escollos y embrollos.
Construir la historia a cuenta y riesgo propio,
en vez de esperar cómodamente adormecidos
a que nos la cuenten como telenovela vesapertina,
o mirarla pasar, como quiern mira las horas que se van,
a la sombra de nuestra propia desidia
y bajo el regazo embelesado de las irresistibles
bondades artificiales y ficticias del sistema.

Por eso es que ni acá, ni en la China,
ni en la más indivisable galaxia,
nos vamos a quedar de brazos cruzados,
esperando, así como así, a que nos muestren
el amanecer en pantalla led gigante,
encapsulados en una pompa de jabón.

Rompamos la membrana de la estanqueidad,
aceleremos la incontinencia y el desborde
subyacente en el éter, saturado desde siempre,
de eternas y enquistadas postergaciones
y un patológico culto exacerbado a la mediocridad.
Tomemos nosotros el amanecer por asalto,
saltemos fuera de la pantalla led gigante,
y caminemos, a paso firme y con los ojos abiertos.

Reivindiquemos nuestro derecho inclaudicable
a gozar del buen vivir que todos nos merecemos,
a pura autogestión y autodeterminación,
repujadores irreductibles de nuestro propio destino,
decidir libremente y a conciencia
nuestro destino junto al de las estrellas;
y que esa suprema decisión de vida
tomada cara a cara con el universo,
sea respetada por aquellos quienes pretendan
arrogarse la malhablada atribución
de desoírla o mortificarla.

Porque como muchos acá creemos
que el arte sí puede cambiar el mundo,
que la poesía es revolucionada
y que la música libera;
si la oscuridad se inquieta
ante nuestra sola y efímera presencia,
al punto de retrotraerse a un inequívoco
indicio del alba en estío.
Si los urdidores del despojo
se sienten impunes e intocables
al punto de pasar su vida mirando
como viven los demás,
así como así, en todo lugar y momento;
si los lobos aúllan...
¡Señal que caminamos!
  
El Cubículo Efímero de Bariloche, abril de 2014.
 

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