TRACTATUS SOBRE TELETRANSPORTACIÓN ELEMENTAL



1

Te volviste aire,
bruma de amanecer tranquilo
asentada en al valle taciturno,
quietud de siesta bajo el sauzal,
parcimonia e tarde pueblerina.

Aire disuelto en recuerdos flotantes
de noches completamente negras
bajo el regazo de millones de estrellas,
de distales constelaciones
e inconmensurables galaxias,
o bajo el baño plateado
de la indeleble luz de luna.

Aire que rememora cúmulos
de sensaciones encontradas:
fragor de desierto,
frescura de oasis,
candor comarcal;
evocador traslúcido y sereno
de los sabrosos resquicios del alba.

Aire puro de la montaña
proyectando infinita transparencia,
sagaz e irreverente delator,
de los sueños que saltan el cerco.

2

Te volviste agua
elevándose pomposa en estado nube
o precipitando silenciosa en estado nieve,
esa que cual gélida vestimenta
motea de capuchón blanco
las cumbres inescaladas de la cordillera;
aquellas a las que accederemos algún dia
para gritar bien fuerte desde lo alto
que somos inmensos e invencibles

Agua, elemental dadora de vida
que lava las heridas y enjuaga el alma,
que trae la calma al surco sediento
de pregones proclamados desde siempre,
de utopías urdidas junto a ella.

Agua que fue glaciar
y gota a gota se volvió vertiente
y luego arroyo trepanador del roquerío,
para emprender el largo trepidar
de dejar que todo sea lo que tenga que ser,
saltando de cascada en cascada,
dejándose fluir y tirándose a la pileta,
como la vida, relajado remanso.

Agua de los ríos raudos
que hacen mover y golpear las piedras
por milenios y eras,
hasta volverlas redondas,
tan perfectamente esféricas,
como los ojos que se miran entre sí.

3

Te volviste tierra
refractando el calor recalcitrante
o trasegando la escarcha
de la helada sigilosa.
Erial reseco, sediento de labranza,
añoranza de la tierra fértil
que nutre los deseos;
la que da techo a las hormigas
o alimento a las lombrices.

Ella, sustrato de senderos
remotos y desconocidos,
que conducen a puertas
abiertas de par en par a la contemplación
de los más prístinos, frondosos y enmarañados bosques
frágiles ecosistemas del devenir inconcluso.

Tierra sostenedora de árboles,
firmes ensoñadores irreductibles
donde moran los duendes
pergeñando longevidad,
curtiendo apología de la estoicidad,
persistentes hacedores de las más
profundas convicciones que nos marcan el camino.

Tierra suprema dadora de frutos
a la que acude el agricultor incansable
que con sosiego cultiva
las viscicitudes de la vida;
y con prolijidad y esmero,
siembra y cosecha raigambre,
poblador acestral (o no tanto)
que con voluntad inquebrantable
la defiende de cualquier intromisión o pillaje.

4

Te volviste fuego
el fuego tenue de una vela o el de un leño,
no el fuego voraz de los incendios forestales
destructores de paisajes;
sino apenas una flama o una chispa,
o un fogón en la montaña,
catalizador de anécdotas y leyendas
que junto a él rememoran
fragmentos de momentos idos.

El fuego interminable del insomnio
bajo el cobijo cansino de la nocturnidad,
el de la pasión que nunca se apaga,
persistiendo en brasas
reverberando en rescoldo.

El fuego que cocina el pan
y calienta en invierno
a la luz de un farol,
iluminando la nostalgia
y la visión en el inimaginable confín
de las edades por venir.

El fuego que igniciona
desparramando pavesas,
quemando paciente las astillas
clavadas en el corazón,
cauterizando cicatrices,
llamarada incontenible
incineradora de tristezas.

El fuego del eterno rojo sangre,
persistente como la historia,
insistidor como el paso del tiempo.

En viaje de Bariloche a Mendoza, setiembre de 2013.

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